Y NUESTRA ARQUITECTURA
MARZO DE 1946
MARZO DE 1946
El arquitecto Luis Miró Quesada
G. ha escrito un libro atrayente y jugoso para los que nos dedicamos a la
caballería andante de la arquitectura: «Espacio en el Tiempo». Titulo especial
para nosotros que jugamos con el espacio en badilejo y con el tiempo en
andamio.
Todo lo que nos dice el
arquitecto Luis Miró Quesada G. en su agradable y nutrido libro es cierto,
ciertísimo, y es necesario que se sepa y repita en nuestra fierra como una
terapéutica de lo nuevo en arquitectura. Los más recientes conceptos de
estética arquitectónica con relación a materiales, técnicas, ritmos,
modalidades económicas y estructuras sociales, aparecen en ese libro rico en erudición,
citas y referencias.
Ha terminado la arquitectura de
«estilos», de piezas montadas, de formas, de «soplillo y poca sustancia»
comprimida. Lo que fue ayer compresión es hoy flexibilidad, lo que fue estático
es dinámico, lo que fue cerrado es abierto, lo que fue convexo es cóncavo, lo
que fue plástica de masas es plástico de vacíos, lo que fue muro es ventana. El
burgués no comprenderá cómo pueden hacerse todas estas cosas en quincha. No
sabe aún que la quincha y muchas otras excelencias familiares han pasado a la
historia. Ah, pero esto no quiere decir que todo lo pasado debe volverse humo
como todavía pretenden algunos furibundos maquinistas del concreto armado.. El arquitecto
Luis Miró Quesada G. lo advierte muy bien en su bello capítulo: lo moderno como
tradición.
Hay cosas que no cambian, eternas,
a pesar de la energía atómica, y estas son en arquitectura las grandes armonías
entre el hombre y la naturaleza. Cuando uno hace parle de esas armonías y
cuando estas son hondas y continuas, como en el Perú, el pasado deja siempre su
luz y la tradición tiene siempre brillo. A los jóvenes arquitectos hay que
decirles: la arquitectura ha cambiado de signo, de sentido, de formo. Luego es
indispensable agregarles: pero sigue siendo arquitectura, no vayan a creer que
se habla de oftalmología.
Existen excesos del funcionalismo
autómata que laman actitudes polacas e inquietantes. ¡Fuera el pasado!,
exclaman, y los pobrecitos se quedan sin saber lo que es el presente, es decir,
lo nuevo. Son como loquitos de vanguardia. Huérfanos de padre y madre en arquitectura
lo que, además de triste, es peligrosísimo. Hay que cuidarse de esos maniáticas
arcaicos de la ingeniería escuela, de la esterilización de la formo, del esqueleto
suelto y ferrar de la igualdad repelida y hueca. ¿Por qué haríamos nosotros en
Barranco una casa como la haría Frank Lloyd Wright en Chicago? Debemos impedir
lo chicha milagrosa chicagüense entre nuestras tapias yungas. Felizmente tenemos
algunas cositas propias para que se nos reconozca, nos formen en cuenta, nos
aprecien y hagamos parte de la maravillosa variedad de la creación. Hay que
alabar a Dios en todas sus formas. La igualdad en arquitectura como en música
es la nada. ¿Querrán esas fieras de la estructura volada, del pictura-window y
de la plancha prefabricada que Dios empiece de nuevo?
Hagamos moderno, es decir,
realidad presente, pero con intención futura, la intención de que somos
nosotros. Ni mensaje, ni afiche, ni cartelón, sólo simple deseo de constructores
peruanos bajó nuestro cielo. Si la pintura es «cosa mentalé» la arquitectura es
cosa mentalísima y lo mental es la invención hecha luz. Procuremos que se nos
reconozca dignamente a través de lo que proyectamos como se reconocen los caracteres
físicos y espirituales de una misma familia a través de siglos. Esa es la gracia.
Eso es lo que diferencia a un pueblo estable de un 'circo ambulante. Tratemos
de crear arquitectura nueva pero nuestra. Es cuestión de conciencia. Sin esa
conciencia seríamos como las especies zoológicas que se reproducen pareciéndose
matemáticamente, muy naturalmente, pero sin son ni fon. Dejemos que se hagan
ahora algunos errores, que hayan exageraciones, hasta deformaciones, pronto
vendrá la medida y la proporción justa. Lo esencial es no perder el amor al fierro que pisamos y a la forma que la define.
Hay que acariciar esa forma y no atropellarla.
Luego ¡cuánto hemos progresado!
Pensar que hace apenas ocho años luchábamos a brazo podido para que se nos
diera un reglamento que dijera estas simples palabras: «Sólo los arquitectos
deben hacer arquitectura». Nadie nos hizo caso. Todos hacían arquitectura. Unos
con autoridad oficial como los ingenieros electricistas, de minas, químicos y
de ferrocarriles, otras con autoridad propia por ser personas de «mucho gusto».
Seguimos ahora sin reglamento pero ya no nos es tan urgente. La realidad, la
vida, produjo el mita ro evolutivo y ya «sólo los arquitectos están haciendo arquitectura».
El hombre culto que desee hacerse una casa o un edificio pide hoy un arquitecto.
Quedan aún algunos trogloditas, pero sin importancia. Este cambio de actitud en tan poco tiempo no sólo es debido al forzoso y general aumento de cultura sino,
sobre todo, a nuestros jóvenes arquitectos que se han impuesto con su talento
creando cosas bellas y diciendo sus verdades.