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EL ARQUITECTO ¿PROFESIONAL NECESARIO?

Opinión

Por el Arquitecto LUIS MIRO QUESADA GARLAND

La profesión de Arquitecto es entre todas la menos estimada en su verdadera valoración.
El público no sabe aún de su importancia y valor. Por ello en el Perú, ni siquiera a la mitad de las personas que van a construir una casa se les ocurre estimar la conveniencia de consultar a un arquitecto; de la mitad restante que consideran la necesidad de dichos servicios, la mayoría se responde negativamente. Sucede ello porque el público no comprende la labor del arquitecto e ignoran en absoluto los servicios que ellos artística y técnicamente están capacitados para prestar; o generalmente, porque todos ellos se creen posibilitados para planear su propia casa en mejor forma que los mismos arquitectos, por pensar, que están muy seguros de sus gustos y saben muy bien de sus necesidades.

Ello es cierto. Los propietarios generalmente saben lo que quieren y tienen ideas precisas de sus necesidades, pero ¿significa esto que puedan realizarlas?, ¿quiere decir ello que no hay posibilidad de desarrollar esas ideas mejorándolas e interpretándolas? Es fácil ver que esto es más que posible. Los propietarios tienen unas cuantas ideas tomadas de las casas de unos cuantos amigos, que no siempre se adaptan a la condición del lugar; en cambio, el arquitecto está posibilitado, por sus estudios y por el continuo trabajo de problemas similares, para dar forma adecuada y lógica a los gustos y costumbres del propietario. Él posee una preparación técnica que le permite aconsejar mejoras, puntualizar fallas, recomendar instalaciones; en general, crear una obra, y, más importante que nada, seleccionar entre los sinnúmeros de figuritas recortadas al azar, las pocas que se adaptan al proyecto, y éstas aún, modificarlas, conservando solo la idea base. No olvidemos que cada casa es un problema individual.

En un "Architectural Record" de este año, ha aparecido un ejemplo muy ilustrativo de lo acaba& de expresar; es el caso, caso tipo, de una señora, Mrs. Taylor, qué en inteligente carta a la revista nombrada, relata cómo llegó a apreciar los servicios del arquitecto. En efecto, cuenta ella, como por mucho tiempo estuvo haciendo croquis de planos para su casa llegando a concretar lo que efectivamente deseaba. Esto la llevó luego donde un contratista que quedó en hacerle un plano basado en dicho croquis. Efectivamente así fue ,y a los pocos días la señora Taylor tenía el resultado; que naturalmente fue para ella, mujer inteligente, lamentablemente decepcionante. En efecto, literalmente comenta en su carta: "Naturalmente, yo deseaba que mis ideas fueran consideradas pero quería también que ellas fueran mejoradas y que nuevas sugestiones me fueran hechas, porque, no obstante de tener yo mis ideas formadas de lo que deseaba definitivamente, yo no soy un arquitecto".

Relata entonces Mrs. Taylor que se decidió a visitar un arquitecto, Mr. Dinwittw, de San Francisco, al que después de exponerle su problema y presentarle el croquis de su casa y escuchar los comentarios y sugerencias del profesional, se dio cuenta que había encontrado al hombre que comprendía sus deseos. Dice entonces textualmente: "Los resultados de los croquis de Mr. Dinwitte me hicieron feliz porque allí estaban mis ideas. Trabajar con un arquitecto experimentado es un placer porque ellos están llenos de ideas y saben tantos recursos, que inspiran al propietario el sentimiento de confianza y seguridad de que tendrán, sea su casa grande o pequeña, lo mejor en todos los detalles".

En esta forma, Mrs. Taylor llegó a tener una casa que colmaba sus deseos a la vez que comprendió la importancia de la labor del arquitecto; por ello, es que su carta termina con esta frase: "Nuestra experiencia nos ha probado que la mejor plata que hemos gastado en la construcción de la casa es la pagada al arquitecto, especialmente cuando el propietario tiene ideas y deseos particulares que desea sean desarrollados de la más bella y práctica manera".

Las frases de la carta de Mrs. Taylor, son muy importantes en un medio como el nuestro en que todos nos sentimos marisabidillas. En un ambiente en que las categorías se esfuman, los conocimientos son inconsiderados, y los méritos no tienen mayor valor; particularmente en la profesión del arquitecto, la que es ignorada o mal comprendida de gran parte del pública. Público que la confunde unas veces con la profesión de ingeniero, otras con la de dibujantes, y algunas veces con la de decoradores de fachadas.
Felizmente se vislumbra albores de amanecer y empiezan a vivir, en nuestro medio, firmas y personas dedicadas exclusivamente e integra-mente al noble ejercicio de la Arquitectura. Igualmente, dentro del público comienza a distinguirse la diferencia básica entre la labor constructiva del ingeniero y la labor creadora, proyectista del arquitecto; entre el ejercicio del contratista que ejecuta la obra, y la del arquitecto, como representante técnico del propietario que lo vigila y controla.
En estos momentos en que empieza a tomarse un poco en serio la labor, no sólo artística, sino eminentemente técnica del arquitecto, hemos estimado conveniente glosar el interesante caso de Mrs. Taylor, un caso como hay mil, el caso de todos los días.
(Setiembre, 1943).

Como los monumentos públicos dan, en gran parte, fisonomía propia a las ciudades, vale la pena echar un vistazo a las pocas esculturas que decoran los principales centros urbanos de nuestra cara capital.
No se trata del observador artista que nada o bien poco tendría que decir acerca del mérito estético de esos monumentos. Suponemos que habla el hombre de la calle, o viandante curioso y despreocupado, acaso el turista. Le llamará la atención, en primer término, la ausencia de espíritu nacionalista, ya que, aparte de la majestuosa columna conmemorativa del combate del 2 de Mayo, y las estatuas de Manco Capac, Bolognesi, Cárcamo, Castilla y dos o tres más, la gran mayoría de monumentos es dedicada a extranjeros: Colón, Pizarro, Bolívar, San Martín, Petit Thouars, Raimondi, Sarmiento, Habich, Hidalgo. Ha de notar, con profundo desconsuelo patriótico, que falta en Lima el monumento que perpetúe en el bronce las hazañas de Grau, nuestro héroe máximo. Y los de Manuel Pardo y Nicolás de Piérola, estadistas cumbres. Y los de tantos otros hombres eminentes, estadistas, artistas, soldados, ingenieros, educadores.

Notará asimismo el citado paseante la falta de enfoque para destacar a los personajes. Vale decir el carácter de las esculturas. Bolognesi en lastimosa actitud de moribundo no es el Bolognesi glorioso de la épica respuesta. San Martín a caballo atravesando los Andes, no es por cierto, el San Martín nuestro, el que proclamó urbi et orbi la independencia nacional en la Plaza de Lima, enlevitado, de pie, tremolando el pabellón. Y Pizarro, caballero en brioso corcel, armado de todas armas, nos recuerda al felón victimador de nuestro último monarca autóctono, no al fundador de Lima, al estadista que trazó sobre el papel la planta de la futura ciudad y echó los cimientos de sus primeros edificios.
Los monumentos públicos son o deben ser cuadros vivos (si cabe la expresión) de nuestra historia patria. Deben simbolizar el hecho, la hazaña, el éxito al que el personaje está ligado. Y hablar al alma popular, excitar el orgullo de la nacionalidad, enseñar a amar la historia del país. La plaza de Trafalgar, en Londres, con la estatua de Nelson el legendario es ejemplo universal. Como lo es el Arco del Triunfo en París.

Callao dicta a ese respecto una lección a Lima con su sencillo pero vistoso monumento a Grau, en que el heroico marino señala gallardamente al sur. Los limeños, en cambio, nos representamos a Sucre, el vencedor de Ayacucho, azotando furiosamente a su caballo, a San Martín casi en actitud de secar el sudor de la frente, a Bolognesi moribundo, a Pizarro desafiante, a Sarmiento colérico. Falta figurar a Atahualpa señalando ante los boquiabiertos compañeros de Pizarro, la altura a que llegara el oro del rescate. A Salaverry desafiando las olas en un barquichuelo. Y a Castilla jugando el rocambor.
(Julio, 1939).

*Pizarro, caballero en brioso corcel, armado de todas armas, nos recuerda al felón victimador de nuestro último monarca autóctono. no al fundador de Lima. al estadista que trazó sobre el papel la planta de la futura ciudad y echó los cimientos de sus primeros edificios.


*Bolognesi, en lastimosa actitud de moribundo. no es el Bolognesi glorioso de la épica respuesta.

JAVA

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